Los días como hoy, me gusta subirme a un colectivo vacío, no
importa el recorrido. Sentarme en el último asiento, colocar mis auriculares y
viajar…
Viajar mirando quién sube, quién
baja, tratar de adivinar si va a un encuentro amoroso, un compromiso inexcusable, o vuelve a casa.
Ver como las gotas impiden de a poco mi visión, distinguir los manchones como paraguas, disfrutar
de no mojarme todavía y comer un caramelo de chocolate y menta…
A veces si el viaje es largo me duermo y , al despertar, trato
de vislumbrar si el paisaje es conocido, si el tiempo a cambiado un poco, si
hay todavía algún compañero de viaje o si ya han cambiado todos, tomo coraje,
me arropo y bajo.
Tiemblo un rato, me mojo un poco, me compro un café, busco la parada, me tomo el colectivo y vuelvo otra vez.